Las bacterias se encuentran en todas partes: en el aire, la tierra, el agua y hasta en nuestro cuerpo. Son extremadamente abundantes y tienen diversos efectos en la salud. Aunque muchas son inofensivas o beneficiosas, algunas pueden causar enfermedades graves. Por ejemplo, ciertas cepas de Escherichia coli, comunes en nuestra microbiota intestinal, pueden ser dañinas y provocar serios problemas de salud. Otras, como Clostridium difficile y Clostridium perfringens, son causantes de diarrea, colitis e intoxicaciones alimentarias.
La mejor manera de contrarrestar a las bacterias nocivas es mantener una microbiota intestinal diversa y equilibrada, es decir, lograr que las bacterias beneficiosas predominen sobre las potencialmente dañinas. Esto se logra a través de:
- Buena higiene
- Alimentación correcta (alta en fibra y baja en grasas)
- Ejercicio físico regular
- Evitar la automedicación, especialmente con antibióticos
- Descanso adecuado
- Consumo de probióticos.
Los probióticos dificultan la colonización de microorganismos nocivos en nuestro intestino al competir por el espacio y los nutrimentos necesarios para su supervivencia. Además, la mayoría de ellos producen sustancias como las bacteriocinas, antibióticos naturales que inhiben el crecimiento de bacterias dañinas.
Otra forma en que los probióticos nos ayudan a combatir infecciones es mediante la modificación de las condiciones ambientales del intestino, haciéndolas menos favorables para los microorganismos patógenos. Por ejemplo, el Lactobacillus casei Shirota es capaz de producir ácido láctico, generando un ambiente más hostil para las bacterias nocivas.
Finalmente, estas bacterias tienen un efecto estimulante en la respuesta inmunológica, es decir, fortalecen nuestro sistema inmunológico y nos ayudan a protegernos contra una variedad de enfermedades.
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